sábado, 1 de octubre de 2011

2 de Mar de 2010, a las 20:55

Una y mil veces busco consuelo en tus faldas, diosa eterna de la noche, aunque a veces parece que ya no escuchas mis lamentos, pero tal vez sea porque no merecen oído alguno que les preste atención. Tu regazo ha de estar colmado de tanto llanto inútil, como si de un cielo cuajado de estrellas apagadas se tratara, y el humo de mis amarguras forma una corona espesa en tus cabellos dorados. El destino se empeña en jugarme malas pasadas, aunque a veces casi tan discretas, que ni tan siquiera juzgo justo que haya de quejarme por ellas, porque no minarían la moral de un alma fuerte de verdad. ¿Cómo un humano puede ser capaz de tropezar cien millones de veces en las mismas piedras? ¿Es que a caso camino en círculos sin llegar jamás a ninguna parte? Siento que soy un siervo inútil de la noche, sin poder hallar un segundo de paz, para al fin poder cerrar mis ojos y soñar con cosas bellas, pues los temores siempre están ahí, agazapados tras de mi, y al acecho, dispuestos a destruir mi voluntad ya quebrada en mil sitios diferentes. Pero aún sigo dispuesto a caminar, con la trémula esperanza del que no se rinde a pesar de sus continuos fracasos. Mientras me quede el consuelo de las palabras, la magia que perdura en mí, no morirá, no se apagará por completo en el olvido.

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